[Blog de Viajes StoryTravelling 96] Las irresolubles tensiones del viaje
El amor por el viaje versus la distancia crítica frente a las consecuencias del turismo: el irresoluble quiebre que atraviesa las movilidades modernas.
Viajar es una de las experiencias más valoradas por los individuos. Implica el descubrimiento de nuevos territorios, el encuentro con lo desconocido, la posibilidad de experimentar otras culturas y formas de vida. En el imaginario moderno, el viaje se configura como un espacio de disfrute, descanso y realización personal. Se trata de una experiencia que habilita formas renovadas de vinculación con uno mismo y con los demás, al tiempo que permite acceder de forma directa a la diversidad del mundo social y cultural. ¿Quién podría, desde esta perspectiva, cuestionar una práctica asociada al goce, la libertad y el conocimiento?
Sin embargo, el turismo contemporáneo -en tanto fenómeno masivo, globalizado y fuertemente mediatizado- presenta una serie de problemáticas que exceden la dimensión individual de la experiencia del viajero. Hoy asistimos a una homogeneización creciente de las prácticas turísticas: los destinos se replican, las imágenes se repiten, las estéticas se estandarizan. Plataformas como Instagram operan como guías globales del gusto y fomentan formas de representación que privilegian lo espectacular y lo feliz, ocultando el backstage del viaje, es decir, aquello que no encaja con la lógica de la felicidad. Este tipo de representación no sólo invisibiliza tensiones, sino que contribuye a construir una narrativa unidimensional del turismo como experiencia positiva, despolitizada y sin conflicto.
A su vez, el turismo -como práctica económica y social- es uno de los motores de transformaciones urbanas de gran escala en muchos destinos. La proliferación de alquileres temporarios, la presión sobre los precios de la vivienda, y la progresiva turistificación de los barrios han generado impactos significativos en la vida cotidiana de los residentes. Estas tensiones, lejos de ser casos aislados, se inscriben en dinámicas estructurales que remiten a la lógica neoliberal de mercantilización del espacio urbano y a la circulación global de capitales, cuerpos y mercancías.
En este contexto, los párrafos iniciales de este texto buscan sintetizar una tensión muy visible en el campo del turismo: la que enfrenta a quienes celebran el viaje desde un lugar emocional y vivencial, y aquellos que adoptan una postura crítica ante los efectos colaterales del turismo masivo. Esta disputa no es nueva, pero se ha intensificado en los últimos años por la visibilización de los impactos sociales y ambientales del modelo turístico actual. No pretendo resolver esta disyuntiva, sino abrir una conversación más amplia sobre las múltiples dimensiones del turismo en el mundo contemporáneo, desde una mirada que reconoce tanto su potencia transformadora como sus efectos problemáticos.
El amor por el viaje
La fascinación por el viaje parece estar profundamente naturalizada. Para muchos, viajar no es simplemente una opción de ocio, sino una forma de vida. En este marco, se consolida una suerte de "fandom del viaje", donde el desplazamiento constante se convierte en sinónimo de una vida que vale la pena ser vivida. Esta visión encuentra un aliado en las redes sociales, que operan como vitrinas donde se exhiben las experiencias más "felices", reforzando la idea de que viajar es sinónimo de éxito, libertad y realización.
Este imaginario turístico, sin embargo, no está exento de tensiones ideológicas. Se construye a partir de una mirada profundamente individualista, donde se presume que el acceso al viaje depende únicamente de la voluntad personal. Así, se instala una narrativa según la cual quien no viaja es porque "no quiere", ignorando las profundas desigualdades estructurales que condicionan la posibilidad misma de desplazarse. Se trata, en suma, de un relato que borra las diferencias de clase, nacionalidad o estatus migratorio, y que transforma una práctica con muchos rasgos elitista en una aspiración universal.
Esta fusión entre felicidad, consumo y movilidad ha convertido al turismo en un terreno particularmente refractario a la crítica. En muchos casos, cualquier cuestionamiento al turismo es interpretado como una amenaza emocional o ideológica, como si se tratara de un ataque directo a aquello que se ama. De este modo, el debate público sobre el turismo se ve muchas veces reducido a una disputa binaria entre defensores acríticos y críticos descalificados, obstaculizando un análisis más complejo y situado.
Las críticas al turismo: entre la sustentabilidad y la justicia social
No es complicado encontrar fuentes que documenten los efectos adversos del turismo masivo sobre el medio ambiente, el tejido urbano y las comunidades locales. Las emisiones generadas por la aviación comercial, el uso intensivo de recursos naturales como el agua en zonas turísticas, la homogeneización de la oferta cultural y gastronómica, la expulsión de residentes por la presión inmobiliaria, y la transformación de centros históricos en escenarios de consumo para visitantes temporales son solo algunos de los efectos más tematizados.
Muchos de estos problemas tienen raíces estructurales, vinculadas al modo en que el capitalismo global ha integrado al turismo como una de sus industrias más dinámicas. Desde esta perspectiva, las críticas al turismo suelen estar articuladas con posturas más amplias que cuestionan los modos contemporáneos de producción, consumo y movilidad. No obstante, estas miradas críticas encuentran resistencias tanto en los públicos consumidores como en los actores del sector turístico, que perciben estas posiciones como "ideológicas" o deslegitimadoras de una actividad económica que representa ingresos y trabajo para millones de personas.
El viaje, entonces, deja de ser un acto inocente. Se vuelve un espacio de disputa simbólica, económica y política. Comprender esta complejidad exige superar las dicotomías simplificadoras y abrir el campo a un análisis que contemple las tensiones entre deseo, mercado, derechos y sostenibilidad. En última instancia, la pregunta no es si viajar está bien o mal, sino cómo repensar las formas en que nos movemos por el mundo, qué huellas dejamos en los lugares que visitamos, y qué tipo de vínculos queremos construir con quienes habitan esos territorios.
Algo así como una conclusión: la paradoja del viaje en el capitalismo contemporáneo
El turismo contemporáneo encarna una paradoja difícil de resolver: por un lado, se presenta como una de las experiencias más gratificantes, deseadas y culturalmente legitimadas de la modernidad tardía; por otro, es también uno de los dispositivos más eficaces de reproducción de desigualdades sociales, económicas y territoriales. Esta tensión entre el placer individual que proporciona el viaje y los efectos sociales que produce a escala global no van a ser resueltos con llamados a la "conciencia" del turista o a un consumo más "responsable".
El turismo puede ser visto, a la vez, síntoma y engranaje del capitalismo globalizado. Su expansión se vincula directamente con las lógicas extractivistas del tiempo, el espacio y la cultura, en las que las experiencias se mercantilizan, los territorios se vuelven productos y los vínculos sociales se tornan efímeros. El debate no puede limitarse a una dicotomía moral entre “buenos” y “malos” turistas; el problema de fondo son los modelos de desarrollo, movilidad y consumo que organizan nuestras vidas.
Sin embargo, esta crítica no debería implicar la negación del deseo de viajar ni la descalificación de quienes encuentran en el viaje una forma legítima de búsqueda de sentido, descanso o realización personal. Lo vivimos en carne propia: no nos queda otra que sostener esa contradicción y entender que el amor por el viaje puede coexistir con una mirada crítica hacia sus implicancias. Ese doble papel de turistas y analistas es indispensable para entender lo que viene y dejar de lado esos modelos que veían al turismo como un compartimento estanco, separado de nuestra vida cotidiana. De otra manera no vamos a poder reconocer el carácter cada vez más conflictivo del turismo moderno, sobre todo en relación a empeorar la calidad de vida de los habitantes de muchas ciudades, como se puede ver en las recientes protestas contra el turismo excesivo en Barcelona, Mallorca y Ciudad de México. Pueden seguir mirando para otro lado, claro, pero no se quejen cuando los conflictos les aparezcan a pocos metros de distancia.
En el blog
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